Me dijo: «Bienvenida a ser una mujer de la tierra, ya estás aquí. Abre tus piernas y abre tu vientre, ábrelo para dar»… Entonces caí una vez más sentada con mis piernas abiertas y mi vientre pegado a la tierra.
Palpitaba tan vivo mi útero, vomitaba sangre, una hermosa sangre roja brillante que nutría a la tierra. En ella se transferían misterios, secretos, oscuridad y luz a la vez. Era tan maravilloso el acto de entregar que ya no había dolor…
Yo le daba y me decía así: «Es como vive una mujer, así es como le corresponde, así cumple su deber». Y ella me devolvía el amor de mis hijos, el abrazo, la comida para ellos, el aire, el agua, los árboles, el fuego. Así se iba dando todo en perfecta armonía, los misterios de las plantas se revelaban, y los secretos de la vida…
Mujeres Girando en Espiral